Tras la muerte de Enrique II, y una vez coronado en Burgos, Juan I inició su reinado en una situación anómala, más de un año después de la doble elección, Castilla no mostraba obediencia por ninguno de los dos papas. En la misma posición que su padre, la de neutralidad y compilación de información se iba a mantener durante sus primeros días como monarca.
El rey castellano quiso saber de primera mano la posición del resto de los reinos ibéricos. Aprovechando la presencia en Castilla del arzobispo de Zaragoza, que actuaba como mediador en las negociaciones con Navarra, transmitió a Pedro IV una propuesta: ambos reyes debían de intercambiar la información que recabasen y así intentar tomar una decisión de manera conjunta. Por su parte, en las Cortes de Burgos de 1379, se decidió enviar a don Pedro Tenorio a Portugal para entrevistarse con el rey Fernando I y hacerle una propuesta semejante a la de su homologo aragonés. La influencia de nuestro protagonista sobre el rey portugués quedó plasmada en el hecho de que este último reconoció mantener su neutralidad, hecho que perduró hasta finales de ese mismo año.
Paralelamente al proyecto de acuerdo entre los soberanos peninsulares, Juan I prosiguió en su objetivo de recopilar información. Para ello, despachó una embajada, formada por fray Fernando de Illescas, Rodrigo Meléndez y Rodrigo Bernardo, este último, ya había participado como embajador de Enrique II. Por otro lado, dos expertos diplomáticos, Pedro López de Ayala y Juan Alfonso de Algana, en su camino a Francia, debían de tantear la posición de Pedro IV.
Por aquel entonces, el rey francés ya había reconocido públicamente a Clemente VII como verdadero papa, la empresa de ambos sería captar el apoyo de los Reinos Ibéricos y para conseguir su objetivo contó con la labor del personaje eclesiástico de mayor prestigio en la Península en aquellos momentos: el cardenal Pedro Martínez de Luna. Luna era la persona ideal para atraerse a los monarcas y prelados hispánicos a la causa clementista. Amigo personal de los reyes, pertenecía a una de las primeras familias de Aragón, aunque también vinculada a Castilla, y desde la Curia Pontificia, primero en Aviñón, y después en Roma, había tenido relación preferente con la Iglesia Hispana, pues su función en la administración apostólica era la de cardenal promotor de Aragón y Castilla.
Al nombrar a Pedro Martínez de Luna como su legado a latere para los cuatro reinos, Clemente VII le confirió poderes excepcionales. Le otorgó jurisdicción plena sobre todas las jerarquías de la Iglesia española, sobre los cabildos catedralicios y sobre los religiosos de cualquiera de las órdenes, y también sobre los estudios generales y Universidades. Tenía facultades judiciales. Podía conceder indulgencias, absolver ciertos casos de excomuniones y censuras, y otorgar beneficios eclesiásticos y gracias de orden general. Todos los privilegios que Luna concediese tenían carácter de perpetuos. En verdad podía decirse que, en la Península, Pedro de Luna se había convertido en el alter ego de Clemente VII, ya que probablemente, nunca con anterioridad, un legado papal había gozado de tal número de atribuciones y de tal poder.
Hubo respuesta de Urbano VI a la elección de Pedro de Luna como legado, designando a dos notables canonistas: Francesco de Urbino, obispo de Faenza, y Francesco Siclenís, obispo de Pavía.
En abril de 1379, Pedro de Luna se encontraba en Aragón para entrevistarse con Pedro IV. La reunión fue poco fructífera, el rey siguió manteniéndose neutral, actitud que perduró hasta su muerte en 1387. Dentro del clero aragonés existía una fuerte división. Si bien la mayoría pareció decantarse a favor de Clemente VII, Urbano VI también despertó algunas simpatías, como la del tío del rey, fraile franciscano.
Ya en Castilla, Pedro de Luna iba a encontrarse con las mismas dificultades. En diciembre de 1379 las ideas conciliaristas imperaban en Juan I a raíz de escuchar los planteamientos de don Pedro Tenorio. Su influencia sobre el monarca parecía ser máxima. El rey escribió a Pedro IV dos días antes del día de navidad de 1379 para proponerle el envío de una embajada para que negociase con aquellos cardenales que estaban inclinados en la convocatoria de un Concilio para resolver el Cisma. Si bien el rey aragonés aceptó llevar a cabo una acción conjunta con su homólogo castellano, no parecía compartir las ideas conciliaristas de don Pedro Tenorio, que tanto habían calado en el joven rey castellano. También dejó constancia en esta carta de la reunión del rey aragonés con el clero del reino, de lo acordado, en lo tocante al Cisma, entre el rey castellano y el portugués, y de las presiones del rey de Francia:
Nos el rey de Castiella…fazemosvos saber que vimos vuestra carta que nos embiaste, por la qual nos enviaste decir en como vos que aviades de fazer ayuntar todos los letrados e sabidores de vuestros regnos por haver acuerdos de lo que aviades de fazer sobre razón de la Cisma que agora es en la Eglesia de Dios, e que lo acordasedes de fazer que nos los enbiaredes luego dezir. E fasta agora non nos avedes escripto ninguna cosa sobrello, de lo qual somos maravillados. E sabet quel rey de Portogal nos enbió agora dezir por si carta en como el que havía avido por consejo de estar en aquel acuerdo que nos avimos de no delcarar por ninguno de los electos en Papas, e de estar agora indiferente fasta tanto quel Consilio se ayunte e se sepa la verdat deste fecho, e que quiere enbiar luego sus mensageros… E otrosí avemos sabido en como el rey de Navarra se tiene en esto mesmo consejo.
A perfectión de saber la verdat nos havimos de no declarar por uno ni por otro fasta tanto que este Consilio se ayunte e sepamos qual es verdadero Papa e a qual hayamos de obedescer.
Otrosí sabet quel rey de Francia nos enbió su carta por la qual nos enbió dezir algunas cosas en favor de Clemente.
Pero el proyecto de “unidad ibérica” en el conflicto no fue posible. A la negativa de Pedro IV de considerar seriamente la vía conciliar, se unió que a finales de 1379 Fernando I de Portugal declaró obediencia a Clemente VII. Ante las perspectivas de una nueva guerra con Portugal, ahora aliada con Inglaterra, Castilla se veía obligada a acercarse a Francia. Carlos V aprovechó la situación para atraer a Juan I, y con ello a Castilla, a la causa clementista. Envió a Castilla una serie de cartas al rey, a la reina, a don Pedro Tenorio y al resto de los personajes influyentes de la corte castellana. Además, fueron enviados a Castilla algunos personajes franceses con la consigna de que no volvieran hasta que Juan I hubiera hecho declaración oficial de obediencia en favor de Clemente VII. La presencia de Pedro de Luna en la corte castellana, constatada desde febrero de 1380, pareció verse reforzada por la situación. Paralelamente, Francia incrementó su influencia sobre Aragón con la llegada de Violante de Bar y sus consejeros a la Corte del duque de Gerona.
La Asamblea de Medina del Campo.
La llegada en septiembre de 1380 de Illescas y sus acompañantes tras casi dos años de viaje recabando información de primera mano sobre el tema propició la convocatoria por parte de Juan I para el mes de noviembre de una asamblea en Medina del Campo, a donde asistirían los prelados y letrados del reino, así como los representantes de los dos pontífices. Tal fue la importancia de la Asamblea que López de Ayala la recogió en su Rimado de Palacio:
Nuestro sennor el rey queriendo proveer
Aqueste mal tan grande acordó de saber
Que era el remedio que se podría poner
E sobresto consejo muy grande fue tener.
La Asamblea del clero castellano de Medina del Campo comenzó el 23 de noviembre de 1380. El discurso de apertura corrió a cargo del legado Pedro de Luna, cuyos planteamientos e influencia iban a resultar decisivos en la decisión que se acordó. Doce días más tarde habló en favor de Urbano VI el obispo de Faenza, Francisco Uguccione de Urbino, que junto a Francisco de Siclenis y Gutierrez Gómez de Toledo, obispo de Palencia, intentaron contrarrestar la influencia de Pedro de Luna. El discurso del legado urbanista, falto de personalidad y de medios para defender su posición, no atrajo a los asistentes. Durante los siguientes días, la embajada castellana presentó su informe, en cuyos resultados había suficientes razones para apoyar tanto a un papa como al otro. Se pasó a redactar un cuestionario y se pidió a treinta y cuatro eclesiásticos de relieve que respondiesen a las cuestiones que en él se exponían. Luego se procedió a la votación en la que la mayoría se declaró favorable a Clemente VII.
Dejando a un lado las motivaciones, la declaración en favor de Clemente VII tuvo lugar en una ceremonia solemne en la catedral vieja de Salamanca el 19 de mayo de 1381. Se dio lectura pública a una carta de Juan I a sus súbditos en la que reconocía a Clemente como papa legitimo y les ordenaba seguir esta opinión. Así lo relata la crónica:
E allí le dixeron los del Consejo é letrados de su Regno, que por todas las razones que avian entendido fallaban que el Papa Clemente VII, segund lo que ellos pudieron entender, era verdadero Papa. E los de la otra parte que tenían la opinión del Electo en Roma primero, lo contradecían quanto podían mostrándole sus razones. E el Rey, avido su consejo con todos los dichos Perlados é letrados, un día con gran solemnidad dixo que declaraba ser por el Papa Clemente VII, é tener que aquel era Vicario de Jesu-Christo é sucesor de Sant Pedro.
Once días después, se envió una carta a todos los lugares del reino con la misma consigna:
Don Iohan…a todos los adelantados, conçejos, alcaldes, juramentos, justiçias, merinos, alguaziles, e otros oficiales qualesquier de todas las ciudades e villas e lugares de nuestros regnos…Sepades que por razón de la Çisma que era en la Eglesia de Dios, queriendo así como católico e fiel prinçipe christiano de Dios, saber vedad sobre la dicha rason, porquel alma muestra nin de los nuestros súbditos non estodiesen en error, enbiamos por diversas partes nuestros mensajeros enbaxadores, letrados e omes de buenas conçiençias e de quien nos ende fiamos por que se enformasen especialmente en Roma e en Aviñon qual era el verdadero eleyto e vicario de Ihesuchristo a quin nos e nuestro soditos deviemos de obedecer por todas aquellas que se pudiesen enformar. E eso mismo fezimos todos nuestros prelados, maestres de Theología, doctores e otros religiosos e personas de buenas conçiençias para que viesen toda las informaçiones que los dichos nuestros mensageros e embaxadores avian traido e oyesen e conosçiencen todas las allegaçiones e derechos e testigos que cada una de las partes de los eleytos quisiesen producir e allegar… E por ende, los dichos prelados, maestros en Theología,…así por las dichas informaçiones o allegaçiones, pruebas e testigos, fallaron el pri(mero e) leyto ser fecho por fuerza e impresión de (los romanos) e ser intruso e apostático e Antichristo e nuestro señor el Papa (Clemente) séptimo, segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesu Christo… Por ende nos…en la eglesia catedral de Santa María de Salamanca, fecho el officio con su sermón solemne (dentro en la) dicha eglesia públicamente, en presencia de todo el pueblo, publicamos e manifestamos nuestra entençion, conviene a saber , el primero eleyto ser fecho por fuerça e impresión de los romanos e ser intruso e apostatico e Antichristo, e nuestro señor el Papa Clemente, segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesuchristo.
Por ende vos mandamos que ayades por Papa verdadero e vicario de Ihesuchristo (e cumplades) sus cartas e sus mandamientos en lo espiritual así como en lo temporal como a Papa verdadero e vicario de Ihesuchristo. Otrosy que ayades a resçibades e obescades al mucho onrado en Christo don Pedro, cardenal de Aragon, por legado del dicho señor Papa e de la Sede Apostolical, e obedescades sus cartas e mandamientos así como delegado en aquello que concierne a lo espiritual. E si alguno o algunos de los nuestros súbditos de qualquier estado, ley o condiçión que sean, toviere el contrallo de la sobredicha declaraçión que nos fezimos en todo o en parte e non obedeçiere en las cosas sobredichas al dicho legado, mandamosvos que seyendo requerido o requeridos por el dicho cardenal legado o por sus comisarios o juezes o otros oficiales suyos, que les prendades los cuerpos e todos los bienes e los tengades presos e bien recaudados. E non fagades ende al so pena de la nuestra merçed e de diez mil maravedíes a cada uno para la nuestra Cámara.
BIBLIOGRAFÍA
-ÁLVAREZ PALENZUELA, Vicente Ángel, El Cisma de Occidente, Madrid, Rialp, 1982.
-FLICHE, Agustín, y MARTÍN Victor, (Dir.) Historia de la Iglesia: de los orígenes a nuestros días. El gran Cisma de Occidente, Vol. XV, Madrid, Edicep D. L., 1977.
-MILLET, Helen, L'église du grand schisme (1378-1417), Paris, Picard, D. L., 2009.
-PARRILLA, José Antonio, Benedicto XIII: La vida y el tiempo del Papa Luna, Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1987.
-SÁNCHES SESA, Rafael, El Cisma de Occidente en la Península Ibérica: religión y propaganda en la guerra castellano-portuguesa, en Estudos em homenagem ao professor José Marqués, Vol. IV, 2006, pp. 307-320.
-SESMA MUÑOZ, J. Ángel, Benedicto XIII: La vida y el tiempo del Papa Luna, Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1987.
-SUÁREZ BILBAO, Fernando, Algunas cuestiones jurídicas en el Cisma de Occidente, en Cuadernos de historia del derecho, 3, (1996), pp. 271-286.
-Los problemas de la religión en el reinado de Enrique III, en Aragón en la Edad Media, 14-15, (1999), pp. 1519-1544.
-SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis, Benedicto XIII, Barcelona, Ariel, 2002.
-Castilla, el Cisma y la crisis conciliar (1378-1440), Madrid, CSIC, 1960.
-Notas acerca de la actitud de Castilla con respecto al Cisma de Occidente, en Revista de la Universidad de Oviedo, 53-54, (1948), pp. 224-246.
-VILLARROEL GONZÁLEZ, Óscar, Diplomacia, y representación en los inicios del Cisma en Castilla en A. Jamme (dir.) Avignon/Rome. La papauté et le schisme. Langages politiques, impacts institutionnels, adaptations sociales, (en prensa).
-Formas de comunicación en Castilla durante el Gran Cisma de Occidente, en MULLER, Harald, y HOTZ, Brigitte (dirs.), Gegenpäpste. E in unerwünschtes mittelalterliches Phänomen, Colonia, 2012.
El rey castellano quiso saber de primera mano la posición del resto de los reinos ibéricos. Aprovechando la presencia en Castilla del arzobispo de Zaragoza, que actuaba como mediador en las negociaciones con Navarra, transmitió a Pedro IV una propuesta: ambos reyes debían de intercambiar la información que recabasen y así intentar tomar una decisión de manera conjunta. Por su parte, en las Cortes de Burgos de 1379, se decidió enviar a don Pedro Tenorio a Portugal para entrevistarse con el rey Fernando I y hacerle una propuesta semejante a la de su homologo aragonés. La influencia de nuestro protagonista sobre el rey portugués quedó plasmada en el hecho de que este último reconoció mantener su neutralidad, hecho que perduró hasta finales de ese mismo año.
Paralelamente al proyecto de acuerdo entre los soberanos peninsulares, Juan I prosiguió en su objetivo de recopilar información. Para ello, despachó una embajada, formada por fray Fernando de Illescas, Rodrigo Meléndez y Rodrigo Bernardo, este último, ya había participado como embajador de Enrique II. Por otro lado, dos expertos diplomáticos, Pedro López de Ayala y Juan Alfonso de Algana, en su camino a Francia, debían de tantear la posición de Pedro IV.
Por aquel entonces, el rey francés ya había reconocido públicamente a Clemente VII como verdadero papa, la empresa de ambos sería captar el apoyo de los Reinos Ibéricos y para conseguir su objetivo contó con la labor del personaje eclesiástico de mayor prestigio en la Península en aquellos momentos: el cardenal Pedro Martínez de Luna. Luna era la persona ideal para atraerse a los monarcas y prelados hispánicos a la causa clementista. Amigo personal de los reyes, pertenecía a una de las primeras familias de Aragón, aunque también vinculada a Castilla, y desde la Curia Pontificia, primero en Aviñón, y después en Roma, había tenido relación preferente con la Iglesia Hispana, pues su función en la administración apostólica era la de cardenal promotor de Aragón y Castilla.
Al nombrar a Pedro Martínez de Luna como su legado a latere para los cuatro reinos, Clemente VII le confirió poderes excepcionales. Le otorgó jurisdicción plena sobre todas las jerarquías de la Iglesia española, sobre los cabildos catedralicios y sobre los religiosos de cualquiera de las órdenes, y también sobre los estudios generales y Universidades. Tenía facultades judiciales. Podía conceder indulgencias, absolver ciertos casos de excomuniones y censuras, y otorgar beneficios eclesiásticos y gracias de orden general. Todos los privilegios que Luna concediese tenían carácter de perpetuos. En verdad podía decirse que, en la Península, Pedro de Luna se había convertido en el alter ego de Clemente VII, ya que probablemente, nunca con anterioridad, un legado papal había gozado de tal número de atribuciones y de tal poder.
Hubo respuesta de Urbano VI a la elección de Pedro de Luna como legado, designando a dos notables canonistas: Francesco de Urbino, obispo de Faenza, y Francesco Siclenís, obispo de Pavía.
En abril de 1379, Pedro de Luna se encontraba en Aragón para entrevistarse con Pedro IV. La reunión fue poco fructífera, el rey siguió manteniéndose neutral, actitud que perduró hasta su muerte en 1387. Dentro del clero aragonés existía una fuerte división. Si bien la mayoría pareció decantarse a favor de Clemente VII, Urbano VI también despertó algunas simpatías, como la del tío del rey, fraile franciscano.
Ya en Castilla, Pedro de Luna iba a encontrarse con las mismas dificultades. En diciembre de 1379 las ideas conciliaristas imperaban en Juan I a raíz de escuchar los planteamientos de don Pedro Tenorio. Su influencia sobre el monarca parecía ser máxima. El rey escribió a Pedro IV dos días antes del día de navidad de 1379 para proponerle el envío de una embajada para que negociase con aquellos cardenales que estaban inclinados en la convocatoria de un Concilio para resolver el Cisma. Si bien el rey aragonés aceptó llevar a cabo una acción conjunta con su homólogo castellano, no parecía compartir las ideas conciliaristas de don Pedro Tenorio, que tanto habían calado en el joven rey castellano. También dejó constancia en esta carta de la reunión del rey aragonés con el clero del reino, de lo acordado, en lo tocante al Cisma, entre el rey castellano y el portugués, y de las presiones del rey de Francia:
Nos el rey de Castiella…fazemosvos saber que vimos vuestra carta que nos embiaste, por la qual nos enviaste decir en como vos que aviades de fazer ayuntar todos los letrados e sabidores de vuestros regnos por haver acuerdos de lo que aviades de fazer sobre razón de la Cisma que agora es en la Eglesia de Dios, e que lo acordasedes de fazer que nos los enbiaredes luego dezir. E fasta agora non nos avedes escripto ninguna cosa sobrello, de lo qual somos maravillados. E sabet quel rey de Portogal nos enbió agora dezir por si carta en como el que havía avido por consejo de estar en aquel acuerdo que nos avimos de no delcarar por ninguno de los electos en Papas, e de estar agora indiferente fasta tanto quel Consilio se ayunte e se sepa la verdat deste fecho, e que quiere enbiar luego sus mensageros… E otrosí avemos sabido en como el rey de Navarra se tiene en esto mesmo consejo.
A perfectión de saber la verdat nos havimos de no declarar por uno ni por otro fasta tanto que este Consilio se ayunte e sepamos qual es verdadero Papa e a qual hayamos de obedescer.
Otrosí sabet quel rey de Francia nos enbió su carta por la qual nos enbió dezir algunas cosas en favor de Clemente.
Pero el proyecto de “unidad ibérica” en el conflicto no fue posible. A la negativa de Pedro IV de considerar seriamente la vía conciliar, se unió que a finales de 1379 Fernando I de Portugal declaró obediencia a Clemente VII. Ante las perspectivas de una nueva guerra con Portugal, ahora aliada con Inglaterra, Castilla se veía obligada a acercarse a Francia. Carlos V aprovechó la situación para atraer a Juan I, y con ello a Castilla, a la causa clementista. Envió a Castilla una serie de cartas al rey, a la reina, a don Pedro Tenorio y al resto de los personajes influyentes de la corte castellana. Además, fueron enviados a Castilla algunos personajes franceses con la consigna de que no volvieran hasta que Juan I hubiera hecho declaración oficial de obediencia en favor de Clemente VII. La presencia de Pedro de Luna en la corte castellana, constatada desde febrero de 1380, pareció verse reforzada por la situación. Paralelamente, Francia incrementó su influencia sobre Aragón con la llegada de Violante de Bar y sus consejeros a la Corte del duque de Gerona.
La Asamblea de Medina del Campo.
La llegada en septiembre de 1380 de Illescas y sus acompañantes tras casi dos años de viaje recabando información de primera mano sobre el tema propició la convocatoria por parte de Juan I para el mes de noviembre de una asamblea en Medina del Campo, a donde asistirían los prelados y letrados del reino, así como los representantes de los dos pontífices. Tal fue la importancia de la Asamblea que López de Ayala la recogió en su Rimado de Palacio:
Nuestro sennor el rey queriendo proveer
Aqueste mal tan grande acordó de saber
Que era el remedio que se podría poner
E sobresto consejo muy grande fue tener.
La Asamblea del clero castellano de Medina del Campo comenzó el 23 de noviembre de 1380. El discurso de apertura corrió a cargo del legado Pedro de Luna, cuyos planteamientos e influencia iban a resultar decisivos en la decisión que se acordó. Doce días más tarde habló en favor de Urbano VI el obispo de Faenza, Francisco Uguccione de Urbino, que junto a Francisco de Siclenis y Gutierrez Gómez de Toledo, obispo de Palencia, intentaron contrarrestar la influencia de Pedro de Luna. El discurso del legado urbanista, falto de personalidad y de medios para defender su posición, no atrajo a los asistentes. Durante los siguientes días, la embajada castellana presentó su informe, en cuyos resultados había suficientes razones para apoyar tanto a un papa como al otro. Se pasó a redactar un cuestionario y se pidió a treinta y cuatro eclesiásticos de relieve que respondiesen a las cuestiones que en él se exponían. Luego se procedió a la votación en la que la mayoría se declaró favorable a Clemente VII.
Dejando a un lado las motivaciones, la declaración en favor de Clemente VII tuvo lugar en una ceremonia solemne en la catedral vieja de Salamanca el 19 de mayo de 1381. Se dio lectura pública a una carta de Juan I a sus súbditos en la que reconocía a Clemente como papa legitimo y les ordenaba seguir esta opinión. Así lo relata la crónica:
E allí le dixeron los del Consejo é letrados de su Regno, que por todas las razones que avian entendido fallaban que el Papa Clemente VII, segund lo que ellos pudieron entender, era verdadero Papa. E los de la otra parte que tenían la opinión del Electo en Roma primero, lo contradecían quanto podían mostrándole sus razones. E el Rey, avido su consejo con todos los dichos Perlados é letrados, un día con gran solemnidad dixo que declaraba ser por el Papa Clemente VII, é tener que aquel era Vicario de Jesu-Christo é sucesor de Sant Pedro.
Once días después, se envió una carta a todos los lugares del reino con la misma consigna:
Don Iohan…a todos los adelantados, conçejos, alcaldes, juramentos, justiçias, merinos, alguaziles, e otros oficiales qualesquier de todas las ciudades e villas e lugares de nuestros regnos…Sepades que por razón de la Çisma que era en la Eglesia de Dios, queriendo así como católico e fiel prinçipe christiano de Dios, saber vedad sobre la dicha rason, porquel alma muestra nin de los nuestros súbditos non estodiesen en error, enbiamos por diversas partes nuestros mensajeros enbaxadores, letrados e omes de buenas conçiençias e de quien nos ende fiamos por que se enformasen especialmente en Roma e en Aviñon qual era el verdadero eleyto e vicario de Ihesuchristo a quin nos e nuestro soditos deviemos de obedecer por todas aquellas que se pudiesen enformar. E eso mismo fezimos todos nuestros prelados, maestres de Theología, doctores e otros religiosos e personas de buenas conçiençias para que viesen toda las informaçiones que los dichos nuestros mensageros e embaxadores avian traido e oyesen e conosçiencen todas las allegaçiones e derechos e testigos que cada una de las partes de los eleytos quisiesen producir e allegar… E por ende, los dichos prelados, maestros en Theología,…así por las dichas informaçiones o allegaçiones, pruebas e testigos, fallaron el pri(mero e) leyto ser fecho por fuerza e impresión de (los romanos) e ser intruso e apostático e Antichristo e nuestro señor el Papa (Clemente) séptimo, segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesu Christo… Por ende nos…en la eglesia catedral de Santa María de Salamanca, fecho el officio con su sermón solemne (dentro en la) dicha eglesia públicamente, en presencia de todo el pueblo, publicamos e manifestamos nuestra entençion, conviene a saber , el primero eleyto ser fecho por fuerça e impresión de los romanos e ser intruso e apostatico e Antichristo, e nuestro señor el Papa Clemente, segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesuchristo.
Por ende vos mandamos que ayades por Papa verdadero e vicario de Ihesuchristo (e cumplades) sus cartas e sus mandamientos en lo espiritual así como en lo temporal como a Papa verdadero e vicario de Ihesuchristo. Otrosy que ayades a resçibades e obescades al mucho onrado en Christo don Pedro, cardenal de Aragon, por legado del dicho señor Papa e de la Sede Apostolical, e obedescades sus cartas e mandamientos así como delegado en aquello que concierne a lo espiritual. E si alguno o algunos de los nuestros súbditos de qualquier estado, ley o condiçión que sean, toviere el contrallo de la sobredicha declaraçión que nos fezimos en todo o en parte e non obedeçiere en las cosas sobredichas al dicho legado, mandamosvos que seyendo requerido o requeridos por el dicho cardenal legado o por sus comisarios o juezes o otros oficiales suyos, que les prendades los cuerpos e todos los bienes e los tengades presos e bien recaudados. E non fagades ende al so pena de la nuestra merçed e de diez mil maravedíes a cada uno para la nuestra Cámara.
BIBLIOGRAFÍA
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-Castilla, el Cisma y la crisis conciliar (1378-1440), Madrid, CSIC, 1960.
-Notas acerca de la actitud de Castilla con respecto al Cisma de Occidente, en Revista de la Universidad de Oviedo, 53-54, (1948), pp. 224-246.
-VILLARROEL GONZÁLEZ, Óscar, Diplomacia, y representación en los inicios del Cisma en Castilla en A. Jamme (dir.) Avignon/Rome. La papauté et le schisme. Langages politiques, impacts institutionnels, adaptations sociales, (en prensa).
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